La arquitectura civil y popular constituye uno de los apartados menos tenidos en cuenta a la hora de hacer inventario del patrimonio. Podemos clasificar la arquitectura popular como la manera más directa de expresión formal que tiene un pueblo y la fuente más objetiva por la que podemos conocer la forma de vida de sus habitantes, sus antecedentes medievales, el tipo de paisaje en el que se ubica el pueblo, las estridentes agresiones que amenazan con hacer desaparecer los modelos vernáculos y la sensibilidad y concienciación de los que hoy tenemos la responsabilidad de hacerlos llegar a aquéllos que nos sucedan.

La arquitectura popular en Zalamea abarca un amplio repertorio de casas solariegas y grandes casas señoriales pertenecientes a familias de nobles establecidas tradicionalmente en el núcleo. La conjunción de tales realizaciones configura un paisaje urbanístico de notable valor. Los modelos arquitectónicos representativos de la localidad se caracterizan por sus austeras fachadas de color oscuro, de disposición asimétricas, compuestas por sillares graníticos, por lo común con las juntas encaladas. Parcas molduras de regio aspecto, suelen enfatizar la puerta principal, sobre la que se disponen un ostentoso balcón definiendo la parte más noble del edificio. Reducidos huecos con rejería de forja entre poyos y guardapolvos, y el escudo armero blasonando la nobleza de la vivienda, completando los componentes formales, siempre de aspecto severo y sólido.

A veces, la fachada consta de una parte de parámetro encalado en blanco, y de otra placa de sillares. En otras, el granito se reduce a los dinteles recercos de los vanos y a los esquinazos. No faltan tampoco casas con recercos y molduras ejecutadas en ladrillo encalado, según el tipo barroco, sin embargo, las fórmulas más representativas son aquellas en que participa el granito.

Entre las numerosas mansiones hidalgas de la localidad, cabe mencionar la llamada Casa de los Caños (solar de la mujer del conquistador de Chile, Pedro de Valdivia), la de Pedro Arévalo, la de los Zúñiga, Arce y Reinoso, Nogales Dávila, Tamayo Salazar, Arévalo de Montenegro, Pérez Merchán, Ortiz de Gahete, y otras muchas y desaparecidas o muy transformadas.

El propio Antonio de Nebrija tuvo su casa en la zona vieja de Arribalavilla, próxima al Castillo, en la calle que en su memoria aún ostenta el nombre del insigne humanista.